Santa Maria Faustina Kowalska

“Tú eres la secretaria de Mi misericordia; te he escogido para este cargo en ésta vida y en la futura. Quiero que así sea, a pesar de todos los obstáculos que te pondrán. Has de saber que no cambiará lo que Me agrada”.

Jesús. Diario, 1605.

Conocida en el mundo entero santa sor Faustina Kowalska – apóstol de la Divina Misericordia – una de las místicas más destacadas de la Iglesia, nació el 25 de agosto de 1905 en el pueblo de Glogowiec (Polonia), en una familia campesina, pobre y católica, fue la tercera hija entre diez hermanos. En el santo Bautismo, celebrado en la iglesia parroquial de Swinice Warckie, recibió el nombre de Helena. Desde pequeña destacó por su piedad, amor a la oración, laboriosidad y obediencia, y por ser muy sensible a la pobreza humana.

Aunque su educación escolar no duró más de tres años, en su “Diario” supo expresar de forma clara, simple y precisa, todo lo que quería decir, sin ambigüedades.

En el “Diario” describe las experiencias de su infancia:

“… la gracia de la vocación a la vida religiosa la sentía desde que tenía siete años. A los siete años oí por primera vez en mi alma la voz de Dios, o sea, la invitación a una vida más perfecta, aunque no siempre obedecía la voz de la gracia. No tenía contacto con nadie que pudiera explicarme estos asuntos”.

Cuando tenía dieciséis años, abandonó la casa familiar y se mudó a Aleksandrów, un pueblo cerca de Łódź (Polonia), y después se trasladó a Łódź, donde, trabajando de sirvienta, ganaba dinero para su mantenimiento y para ayudar a sus padres. Mientras tanto el deseo de ingresar en una orden religiosa maduraba poco a poco en su alma. Sus padres estaban en contra de esa decisión, así que Helena intentaba acallar esta vocación Divina.

Después de muchos años, así lo menciona en su “Diario”:

“Una vez, junto con una de mis hermanas fuimos a un baile. Cuando todos se divertían mucho, mi alma sufría tormentos interiores. En el momento en que empecé a bailar, de repente vi a Jesús junto a mí. A Jesús martirizado, despojado de sus vestiduras, cubierto de heridas, diciéndome esas palabras: ¿Hasta cuándo Me harás sufrir, hasta cuándo Me engañarás? En aquel momento dejaron de sonar los alegres tonos de la música, delante de mis ojos desapareció la compañía en que me encontraba, nos quedamos Jesús y yo. Me senté junto a mi querida hermana, disimulando lo que ocurrió en mi alma con un dolor de cabeza. Un momento después abandoné discretamente a aquella compañía y a mi hermana, y fui a la catedral de San Estanislao Kostka. Estaba anocheciendo, en la catedral había poca gente. Sin hacer caso a lo que pasaba alrededor, me postré en cruz delante del Santísimo Sacramento, y pedí al Señor que se dignara hacerme conocer qué debía hacer en adelante. Entonces oí estas palabras: Ve inmediatamente a Varsovia, allí tomarás los hábitos. Me levanté de la oración, fui a casa y solucioné las cosas necesarias. Tal como pude, le confesé a mi hermana lo que había ocurrido en mi alma, le dije que me despidiera de mis padres, y con un solo vestido, sin nada más, llegué a Varsovia’’.

Diario, 9-10.
Casa general de la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia, al que ingresó sor Faustina. Varsovia (Polonia), C/ Zytnia 3/9.

En Varsovia (Polonia) de Helena buscaba lugar en muchas órdenes religiosas, pero en ninguno querían dejarle ingresar. Finalmente, el 1 de agosto de 1925, pasó el umbral de la casa de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, en la calle Zytnia, en Varsovia. Aquí la acogieron. Sin embargo, antes, para cumplir con los requisitos que exigía la congregación, como el aporte de una dote, tuvo que trabajar para ahorrar el importe necesario y poder ingresar en el convento. Trabajó de sirvienta doméstica en una familia numerosa que vivía cerca de Varsovia.

Los sentimientos que experimentaba después del ingreso en la Congregación los describió en el “Diario”:

“Me pareció que entré en la vida del paraíso. De mi corazón brotó una sola oración, la de acción de gracias”.

Diario, 17.

En la Congregación recibió el nombre de sor María Faustina. El noviciado lo pasó en Cracovia, donde en presencia del obispo Estanislao Rospond hizo los primeros votos, y cinco años después los votos perpetuos de castidad, pobreza y obediencia. Trabajó en distintas casas de la Congregación. Los períodos más largos los pasó en Cracovia, Vilna y Płock (Polonia) trabajando como cocinera, jardinera y portera. Para quien la observara desde fuera nada hubiera delatado su extraordinaria y rica vida mística. Cumplía sus deberes con fervor; también cumplía rigurosamente todas las reglas de la Congregación, estaba siempre recogida y silenciosa, pero a la vez era natural, alegre, siempre llena de amor benévolo y desinteresado hacia el prójimo.

Tras el primer año de noviciado, le vinieron experiencias místicas sumamente dolorosas: la noche oscura del alma; luego, llegaron también sufrimientos espirituales y morales relacionados con la realización de la misión que le fue encomendada por el Señor. Sor Faustina ofreció su vida a Dios por los pecadores, para salvar sus almas y con este propósito experimentó diversos sufrimientos.

En los últimos años de su vida aumentaron las dolencias de su cuerpo: desarrolló tuberculosis que atacó a los pulmones y al sistema digestivo. A causa de ello fue internada dos veces en el hospital durante varios meses. Extenuada físicamente, pero plenamente madura espiritualmente y unida místicamente a Dios, falleció en olor de santidad, el 5 de octubre de 1938, a la edad de 33 años. La mayor parte de su vida la había pasado en el convento.

Un fragmento del manuscrito del “Diario” de Santa Faustina.

Mis memorias de Sor Faustina

“Conocí a Sor Faustina en verano (en julio o en agosto) de 1933 como una penitente en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en Vilna (calle Senatorska 25), en la que era confesor. Llamó mi atención por su inusual sutileza de conciencia y una unión estrecha con Dios.

(…) Al conocer mejor a Sor Faustina, fui comprobando que los dones del Espíritu Santo actuaban en ella de forma oculta, pero en ciertos momentos se manifestaban más e influían parcialmente en su intuición, la cual se apoderaba de su alma, despertando impulsos de amor para practicar sublimes y heroicos actos de sacrificio y para ejercitarse en la abnegación de sí misma. A menudo, actuaban en ella el don de la Ciencia, del Entendimiento y de la Sabiduría, que le permitían ver claramente la nada de las cosas terrenales, y la importancia del sufrimiento y la humillación; había adquiriendo el conocimiento, con simplicidad, de los atributos de Dios, especialmente su infinita misericordia.
A veces, contemplaba una luz inaccesible, y durante algún tiempo mantenía la mirada fijada en esa luz inconcebiblemente dichosa, de la que surgía la figura de Cristo que bendecía al mundo con su mano derecha y con su mano izquierda levantaba la túnica sobre el corazón; por debajo de la túnica levantada salían dos rayos: uno rojo y otro pálido. Sor Faustina ya había tenido esas visiones, y otras vivencias sensoriales y mentales desde hacía varios años y oía palabras interiores y sobrenaturales, entendibles por el sentido del oído, la imaginación y la mente.

Para descartar toda ilusión, alucinación o delirio por parte de Sor Faustina me dirigí a la Superiora, la Madre Irene, para que me informara de quién se trataba, quién era Sor Faustina, qué opinión tenía la Congregación, entre las hermanas y las superioras, y pedí examinar su salud mental y física. Después de recibir una respuesta favorable sobre ella en todos los aspectos, aún mantuve una actitud expectante durante algún tiempo; en parte, yo no lo podía creer, reflexionaba, rezaba e investigaba, así como también pedí asesoramiento a varios sacerdotes entendidos en la materia, preguntándoles qué hacer, sin revelar a qué y quién me refería el asunto. Se trataba de la realización de las presuntas demandas concretas de Jesús, como hacer pintar una imagen que veía Sor Faustina e instituir la fiesta de la Divina Misericordia, el primer domingo después de la Pascua.

Por último, guiado más bien por la curiosidad, más por saber cómo sería la imagen, que por la fe en la veracidad de las visiones de Sor Faustina, decidí que se pintara esa imagen. Me puse en contacto con el pintor Eugenio Kazimirowski que vivía en la misma casa que yo y que se comprometió a pintar la imagen por un cierto importe. El trabajo duró varios meses y, finalmente, en junio o julio de 1934, la imagen fue terminada. Sor Faustina se quejaba de que la imagen no era tan hermosa como ella la veía, pero Jesús la tranquilizó y le dijo que así era suficiente y añadió: “Ofrezco a los hombres un recipiente con el que han de venir a la Fuente hacia Mí para recoger gracias. Ese recipiente es esta imagen con la firma: Jesús, en Ti confío”.

Los efectos de las revelaciones de Sor Faustina superaron todas las expectativas tanto en su alma como en las almas de otras personas. Al principio, Sor Faustina estaba un poco asustada, no estaba segura de si sería capaz de cumplir con los mandatos recibidos del Señor, y no los cumplía; pero, con el tiempo se fue calmando poco a poco y llegó a un estado de completa certeza y de profunda alegría interior. Se hacía cada vez más humilde, obediente y paciente; estaba más y más unida a Dios, en total conformidad en todo con Su voluntad.

Ella también predijo con cierto detalle las dificultades e incluso las persecuciones que yo tendría por la difusión de la devoción a la Divina Misericordia y los esfuerzos que tendría que hacer para lograr establecer la fiesta de la Divina Misericordia, el Domingo in Albis (para mí era más fácil soportarlo todo estando ben convencido que desde el principio aquello era voluntad de Dios). Ella predijo su muerte: el 26 de septiembre dijo que moriría al cabo de diez días, y efectivamente murió el 5 de octubre. Por falta de tiempo no pude ir a Cracovia para asistir al funeral.

Padre Miguel Sopoćko confesor y director espiritual de Sor Faustina, en Vilna. Białystok, 27 de enero de 1948

Fuente: http://www.faustyna.eu/ES/biografia-de-santa-sor-faustina.htm
Todos los derechos de autor reservados © redacción – Urszula Grzegorczyk
Consulta – Sor Maria Kalinowska, Congregación de las Hermanas de Jesús Misericordioso
Traducción del texto en polaco: Danuta Zgliczyńska, Xavier Bordas